lunes, 14 de marzo de 2011

El mito de Píramo y Tisbe.

Con este mito se intenta explicar por qué las moras son de color rojo. La historia de amor no tiene desperdicio:

En tiempos de Semíramis no había en toda Babilonia joven más apuesto que Píramo ni doncella más hermosa que Tisbe. Vivían con sus padres en casas contiguas y la vecindad fue uniendo a los jóvenes hasta que la amistad se tornó en amor. Ellos deseaban casarse y, aunque sus familias se opusieron, nadie pudo evitar que el amor ardiera con igual intensidad en el pecho de ambos. Ellos conversaban con miradas y señas. En el muro que separaba las dos casas había una grieta en la que nadie se había fijado antes, pero que los amantes pronto descubrieron. Tan sólo la voz atravesaba tan estrecha vía y los tiernos mensajes pasaban de un lado a otro por la hendidura.
A la mañana siguiente se encontraban en el lugar de costumbre. Un día, después de lamentar su triste suerte, acordaron que a la noche siguiente, cuando todo quedara en silencio, huirían sin que los vieran; quedaron en un famoso edificio que se alzaba fuera de los límites de la ciudad, la tumba de Nino. El que llegara primero esperaría al otro al pie de una morera que estaba junto a una fuente. Cuando llegó la noche, Tisbe, sin que su familia se diera cuenta, se escabulló cautelosamente; se cubrió la cabeza con un velo, llegó hasta el monumento y se sentó bajo el árbol. Mientras que estaba allí sola distinguió, a la tenue luz de la Luna, una leona que, con sus fauces aún exhalando el vaho de la reciente caza, se dirigió a la fuente para saciar su sed. Tisbe huyo al verla, buscó refugio en el huego de una roca y, en su huida, dejó caer el velo. La leona, después de beber en la fuente, se volvió hacia el bosque. El velo caído en la hierba llamó su atención y lo sacudió y desgarró con su boca ensangrentada.
Píramo, que se había retrasado, llegó entonces al lugar de encuentro. Cuando vio las huellas del león en la arena, empalideció. Creyó que su amada había muerto en las garras del león y recogió el velo y lo cubrió de besos y lágrimas. "También mi sangre manchará esta tela", dijo, y sacó su espada y se la clavó en el corazón. La sangre que brotó de la herida tiñó de rojo las blancas moras del árbol; penetró en la tierra y alcanzó las raíces de forma que el color rojo ascendió por el tronco hasta llegar a los frutos.
En ese momento, Tisbe, temblando aún de miedo pero no queriendo defraudar a su amado, se acercó con precaución y buscó ansiosamente al joven, deseosa de contarle el peligro del que había escapado. Cuando llegó al lugar vio que el color de las moras era distinto, creyó que se había equivocado de árbol. Aún dudaba cuando descubrió, retorciéndose en el suelo, un cuerpo que agonizaba. Se sobresaltó y tan pronto reconoció a su amado, gritó, se golpeó el pecho y abrazó su cuerpo exánime derramando lágrimas sobre su herida y besando sus fríos labios. Llamó a Píramo y cuando la escuchó éste abrió los ojos pero luego los volvió a cerrar. Ella vio su velo manchado de sangre y la vaina de la espada vacía. "Has muerto por tu mano y por causa mía", dijo, "yo también puedo ser valiente y mi amor es tan fuerte como el tuyo. Te seguiré y la muerte, la única que podía separarnos no evitará que me reúna contigo. Y vosotros, nuestors desdichados padres, no neguéis nunca nuestra unánime voluntad. Puesto que el amor y la muerte nos han unido, permitid que reposemos en una sola tumba. Que tus frutos, árbol, conserven siempre la marca de nuestra sangre y sirva para recordarnos". Entonces, se hundió la espada en el pecho. Sus familiares y los dioses respetaron su deseo. Los dos cuerpos fueron sepultados juntos y desde entonces los frutos de la morera son púrpura como lo fueron aquel día.

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